14 de diciembre de 2010

cuando me descubro con las manos llenas...

Cuando me descubro con las manos llenas,
cuando sé, de buena fuente, que soy feliz,
que estoy completo.

Cuando no encuentro un tema que supere al deseo
de vivir lo que sea que estoy viviendo.

Cuando los lápices se afilan en mi contra
-picas traidoras en línea enemiga-,
cuando toda mi voluntad no alcanza para flanquear
la caballería del olvido.

Cuando el teclado se desperdiga por toda la casa,
y tengo que perseguir vocales por horas y devolverlas a su corral.
Cuando debo expulsar de la cama a algunas letras perpetuamente en celo.

Cuando paso de todos los verbos.

Cuando decido soltar, cuando me embarco
y me hago a la mar con sólo un color como brújula.

Cuando sé que eres un cielo que dos mares se disputan,
-caldero de estrellas aún sin nombre, recuerdos coronados de espuma-.

Cuando nada escribo y nada puedo callar.

Cuando estás y no, como el frío, como la sed o el hambre.
Cuando te estoy amando y no es tiempo y no importa.
Cuando te enteras y es tarde. Cuando aún no lo es.

26 de octubre de 2010

nací un día que no recuerdo

nací un día que no recuerdo,
que marcaron mis padres como mío,
y esperé año con año a que llegara
hasta que entendí no era una meta,
sino un punto de partida

bebí con las sirenas,
y se me llenó de sal la mirada y el gusto,
de noche me cobijaron los grillos,
y conocí una canción que aún no canto,
me perdí mientras jugaba a ser niño
y aprendí sin querer, sin saber de permisos

se fueron sumando horizontes,
detrás de mí se amontonó el camino,
la oscuridad me rodeaba como un líquido espeso,
esperaba que la bebiera, que la llevara conmigo

estudié rodeado de absurdos,
tontos disfrazados de niños,
tontos que quisieron enseñar que sabían,
y escuché las risas por preguntar,
y miré los dedos que señalaron
mientras yo tan sólo intentaba volver

aprendí a tejer lazos,
a hacer nudos que aún no desato
y puse lo mejor de mí a una labor
que no concluyo

volví a mirar mi pasado,
sin detenerme, sin inmutarme,
y por sobre el hombro comprobé, aliviado,
que seguía a suficiente distancia, sin cambios

así que llené de caminos las horas,
encontré mujer donde multiplicarme,
aprendí al unísono a elegir mal,
y a amar por siempre

mi interior se volvió cada día más pesado,
mis laberintos cada vez más complejos,
no hubo ya ninguna ruta directa,
y yo sin saber leer los labios del mar,
ni el recado en la arena

perdí la prisa, me dejó muy atrás hace tiempo,
aferrado a mi sombra -cosida a lo peter pan-
colecciono palabras, curvas de carretera,
besos que dan un norte, adioses que aclaran siempre,
y lleno libretas al borde,
dando a luz hojas en las que anochece

pregunto y pregunto
y no hay quien responda;
díganme:a casa, ¿cómo es que se vuelve?

5 de octubre de 2010

al interior

llevo horas limpiando recuerdos,
extendiéndolos sobre la cama, disfrutándolos.

evito las cronologías, las prioridades,
los revivo como aparecen, como les apetece
saltar de mi memoria.

a algunos les da por convivir, por mezclarse,
así mi hija juega conmigo de niño,
mis padres, muy jóvenes, se saben viejos felices,
todos mis amigos conviven atemporalmente,
nunca falta el ron, y a ninguno hemos llorado todavía.

en mi cabeza existe una sola regla:
cada uno tiene un lugar específico donde volver a instalarse.

si de día conviven entre ellos, a mí me da por escribir,
por platicar y contar que alguna vez viví, y fue bueno.
pero de noche cada historia regresa a su contexto,
entonces es que recuerdo líneas completas, escenarios,
los personajes permanecen en su tiempo, y todo es crudo y es real,
y es cuando más aprendo.

por eso, si alguien me preguntara en este instante "¿qué haces?"
yo miraría la cama sonriendo para, sin pena, responder que sueño.

12 de septiembre de 2010

miedo

miedo.
deberías sentir miedo.
en cualquier momento un rayo
helado podría recorrerte,
entrar por las plantas de los pies,
abrazársete a los muslos, a las caderas,
podría por dentro secarte, mantenerte congelada.

deberías temer por la implosión, cada vez más probable, de tu pecho,
tendrías que estar atenta a las marcas en el cuello,
al gusto a sal de tus encías,a la escarcha en las pestañas,
deberías temer el ver caer todas tus disculpas congeladas
al apenas pronunciarlas.

sería bueno que rieras por días enteros ahora que aún logras hacerlo.

deberías temer porque en cada incendio buscarás calor,
y por dentro seguirás cegada y fría, insensible, insaciable,
y tendrás bien claro de dónde viene el mal,
porque tú lo provocaste.

deberías sentir miedo,
o aprender a actuar sin dejar rastros.
sobreviví porque tengo a qué aferrarme,
¿pero tú...qué harás tú cuando Dios te mande la factura?

8 de septiembre de 2010

Se llenaron de nubes los pulmones...

se llenaron de nubes los pulmones,
ahora las tormentas nacen de mi pecho.
son semanas las que llevo a buen resguardo,
comienzan a escasear las provisiones.
sé que me alejo del poema,
que esto se acerca peligroso a la noticia,
al lamento o despedida,
pero esto es lo que sucede y tengo que escribirlo.

marco los diez números para salvarme,
para encontrar un asidero.

ella lo sabe.

me regala su risa,
me platica de la escuela, de su cena,
hacemos planes como antídotos,
combatimos el miedo desde castillos de playa,
y se planta valiente y manda besos para papito.

pero luego cuelgo y estoy solo,
sabiendo a los amigos lejos
-quiero pensar que confundidos-
no es tiempo de pelear con nadie,
al contrario,
tendría que pensar en remediarnos pero...

estoy lleno de nubes,
de días grises, de un maldito encierro,
¿qué podría contar ahora que no doliera?
¿qué podría ofrecerte ahora que me estoy secando,
al tiempo que me ahogo, gota a gota?

18 de agosto de 2010

sin duda una espiral

sin duda una espiral, sin duda.
desde tantos años de distancia
y kilómetros de espera,
asomada entre el telón de una obra aún sin público,
perdida entre el cabello que te cae desde mi cara,
apareces en todos mis sueños
como una promesa no olvidada,
como un futuro sin mapa,
como la boca que nombro,
como las piernas, como la espalda,
qué bendición que aparezcas algunas noches,
cuando te alcanzo, cuando más faltas.

12 de agosto de 2010

las paredes de tu casa son de agua.

las paredes de tu casa son de agua.
las puertas y ventanas, el domo,
la chimenea.

habitas en un cascarón de agua

sólo que dentro nada se moja,
todo se empolva y envejece,
los muebles, las sábanas, tus padres,
todo se está agrietando de tan seco.

ya deberías saber - a estas alturas-
que al cruzar la puerta saldrás limpia,
con la mirada lavada,
el corazón listo para la siembra
y una sonrisa en camino.

3 de agosto de 2010

por puro instinto uso la noche...

por puro instinto uso la noche,
lápices uso, jamás bolígrafos,
me cuelgo la luna del brazo
me pongo a resguardo

-he borrado diez veces esta línea pues
en cada espacio aflorabas, pretérita,
monocromática, tan sólo esdrújula,
no bien rimada-

tú te plantaste, te aferraste a tu sitio,
a tus jardines y tu mar tan próximo,
a tus calles, a tus viejos amores,
a todo lo que sin esfuerzo
– desde siempre –
pudo haber sido

y yo me quedé a mi suerte,
enamorado y mal herido:
de ahí tu sorpresa al verme volver,
al saber que estoy vivo,
te olvidaste, mi amor,
que a fuerza de tanto naufragio
aprendí a construir navíos.

25 de mayo de 2010

una pausa

gracias al buen tiempo, al mal tiempo,
al tiempo perdido, al encontrado,
al que no rinde, al que parecía eterno;
gracias al tiempo oficial, al complementario,
al tiempo extra, al tiempo fuera;
gracias al tiempo que robé y al que me robaron,
gracias al tiempo por todo, por lo que se lleva y por lo que trae.
gracias al tiempo que me dio esta pausa para agradecer,
gracias.

16 de abril de 2010

Yo tenía diez años...

Yo tenía diez años e Irma Fernández Vela vivía en el doscientos tres. Salía en la radio. Irma, no yo, pero era como si una parte de mí y de todos los que vivíamos ahí también lo hiciera. A las cinco en punto de la tarde se encendían todos los radios, que en total sumaban ocho, pero en esos ocho radios se reunían niños y adultos a escucharla; las puertas se quedaban abiertas, algunas con su cortina, aunque la mayoría la corría para ventilar los cuartos de pronto atestados. En “Nuestra voz y sentimiento” había un desfile de cantantes aficionados, todos pasaban por una selección rigurosa y según el jurado y los votos de los radioescuchas se quedaban o no a seguir participando por el gran premio de la W. Eso se explicaba cada martes, al inicio del programa, entre anuncios de detergentes, cremas y pantimedias. Irma tenía seis semanas cantando y haciendo la delicia de la vecindad al sabernos parte del medio artístico.

Yo atendía la tabaquería de mi padre, justo en la esquina a dos zaguanes de la vecindad de Jesús María. No estaba solo, no alcanzaba aún las repisas más altas, pero generalmente Lucio, el empleado que mi padre contrató para atenderla mientras él trabajaba por turnos en Luz y Fuerza, estaba en el puesto de periódicos en la acera de enfrente… con María, una mujer vulgar (decía mi madre), que reía a carcajadas y abrazaba en la contorsión a Lucio haciéndole la tarde con cada roce. Ahí teníamos radio, y no sólo eso, teníamos también dulces de anís, Delaware Punch y galletas saladas. Yo no podía tener mejor trabajo: aunque por las mañanas iba a la escuela, por la tarde la tabaquería era mi pase inmediato al mundo de los adultos, decidía qué escuchar, comía todo lo que podía y de vez en cuando encendía un cigarro sin que Lucio pudiera decir nada pues yo me callaba todas sus ausencias.

Así llegaban los martes, cada martes después del programa Irma se detenía, compraba una cajetilla de cigarros Raleigh, un Almon-Rís, una veladora y empezaba la descripción de lo sucedido. Claro que no me lo contaba a mí, pero yo estaba ahí para escucharlo. Bastaba con que cualquiera de los vecinos, o Lucio si de casualidad estaba en la tienda, la volteara a ver para que ella relatara con lujo de detalle la interpretación del pianista, los nervios de los demás concursantes, al Sr. Ibarra (el locutor que tenía la magia para mantenerte en suspenso mientras el jurado deliberaba) y sobre todo, y eso le encantaba contarlo, cómo ella iba perdiendo la voz al tiempo que llegaba su turno, cómo los zapatos le pesaban como toneles a cada paso hacia la tarima, cómo el micrófono le quedaba de pronto muy alto o muy bajo, cómo el piano tocaba un tono más arriba la canción que había pedido y su voz se descomponía por el esfuerzo y de último momento, siempre a último momento, el recuerdo de todos nosotros escuchándola le hacía cantar como Dios lo había querido.

Irma ganó el gran premio de la W. Viajó a Acapulco un fin de semana con su prima y Don Pedro Vargas en persona le entregó un trofeo que ella tenía en la repisa de la sala, sobre una carpetita tejida a gancho que alguna vecina le hizo especialmente y al lado de dos palomitas de yeso que daban cierta simetría al altar. Ella siguió cantando en distintos programas, en algunos centros nocturnos después. De día seguía trabajando en la tienda de telas, a dos calles de Niño Perdido, pero ya no regresaba por la tarde, cerrábamos la tabaquería (Lucio bajaba la cortina con los ganchos, yo nunca lo logré) y yo me iba a casa a merendar y a hacer la tarea. Mi madre decía que la fama la había perdido, entre las señoras comentaban que a veces no llegaba a dormir a su cuarto, que no era siempre el mismo coche el que la traía cuando llegaba. Pasó de ser el orgullo a ser la principal fuente de chismes de la vecindad y yo quería salvarla. La boca se me ponía amarga y los ojos nublados cuando escuchaba comentar que se había descarriado; ¡ella había cantado para nosotros! a ella Dios le daba fuerzas para hacernos felices a todos ¡y le pagaban con chismes!

Un día me decidí a esperarla. Cerré la tabaquería, llegué a mi casa, merendé e hice la tarea igual que siempre, pero al irme a dormir dejé entreabierta la puerta, como hacíamos en las noches en que el calor era excesivo, y así, sin zapatos para no hacer ruido, salí y me senté en las escaleras que daban al patio para esperar a que llegara. Tenía que pasar por ahí y estaba seguro que me reconocería. Yo no tenía más plan que avisarle, decirle que no se preocupara más por nosotros, que cantara para ella, que no la merecíamos y hacía bien en no regresar a diario. Mi plan era sencillo, era el plan de un niño que empezaba a querer sin saber bien qué le pasaba.

Llegó un coche, se estacionó frente al zaguán y un tipo en mangas de camisa y corbata floja abrió la puerta del copiloto, bajo Irma, con su vestido crema y unos zapatos color café que casi hacían juego con su bolsa, al bajar apoyó todo su cuerpo contra el conductor y una oleada de incomodidad se apoderó de mi. Yo no sabía que eran celos, yo no entendí que era rabia. Reían y gritaban algo que yo no alcanzaba a entender a la distancia, comencé a preocuparme de que el ruido despertara a mis padres y me encontraran en la escalera de madrugada, presentía una cantidad incierta de cinturonazos y gritos que se aproximaban así que decidí bajar perdiéndolos de vista hasta que abrí la puerta.

Ese día se estrenaron mis puños. El tipo del coche apretaba a Irma hacia él mientras la besaba, pasaba una de sus manos por el cabello y con la otra le buscaba los pechos. Irma forcejeaba sin apartar la boca, pero las manos se agitaban como pidiendo ayuda. Incluso el ruido de su boca era una queja, un sonido que yo asocié de inmediato con dolor, con sufrimiento. No escucharon la puerta que se abría, no me vieron bajar en calcetines, notaron mi presencia cuando tiré el primer golpe, certero, como Lucio me había enseñado de seis a siete, cuando el puesto de María ya había cerrado: pegué en los riñones, una, dos, tres veces…y entonces volé contra el coche. Pegó mi oreja contra la manija y la sentí arder, mucho muy caliente, quizá porque todo lo demás de mí estaba helado, incluso las lágrimas que me empapaban la cara. Irma gritó. Rubén (porque así lo llamó cuando lo insultó y se agachó a ayudarme) dijo algo que yo no escuché o no pude escuchar, perdido entre el cabello ondulado de Irma y el sonido de los mocos que sorbía intentando frenar el llanto, y luego subió al coche. Ella me tomó de la mano y por el espejo retrovisor alcancé a ver los ojos de Rubén, fijos en mí, que con diez años, en calcetines y con una oreja sangrando, le había arrebatado a su estrella.

7 de abril de 2010

porque duermes lejos esta noche...

porque duermes lejos esta noche,
esta costra oscura que es mi cuerpo navega a la deriva.
porque duermes lejos, me tengo que hacer el triste
y sonreír para mí mismo y saber que lo merezco.

porque duermes lejos,
tus piernas, hechas del vapor de un río perfumado,
no han de atraerme ni atraparme,
y seré de quien me quiera como siempre que soy de nadie.

porque duermes lejos, me obligo a describirte;
le cuento a mis manos y mis manos no te contienen,
le cuento a mis ojos y te les desbordas,
le cuento a mi boca y se llena de ti y te saborea y me ahoga,
y porque duermes lejos no puedes salvarme.

edel.7.04.10

16 de febrero de 2010

verídico y además, cierto.

Llevaba la bolsa, dentro de la bolsa el monedero, dentro del monedero las tarjetas, credencial del blockbuster y doscientos pesos; sombras, lipstick, mis lentes y un espejito, eso era todo. Bajé al cajero de rápido, con las bolsas del súper ya en la cajuela mientras hablaba con mamá que me esperaba en casa para preparar la cena. Apenas tecleé mi NIP apareció y yo supe de inmediato que algo estaba mal, se veía demasiado nervioso y su vibra era, ¿cómo explicarle?, era malo. Malabanda. Y perdón por los estereotipos pero así era: un Naco.

Saqué seiscientos pesos más para llenar el tanque (siempre lo lleno la tarde del domingo para que dure toda la semana) y cuando me di vuelta con el dinero sentí el primer golpe. No, no, no me dijo nada, lo primero fue el golpe. Sí, en el estómago, por eso no pude gritar. A mí nunca me habían pegado, de niña alguna vez vi cómo se peleaban en la secundaria pero fue lo más cerca que había estado de los golpes, se siente horrible. Me faltó el aire y creo que ahí me arrancó la bolsa. Yo caí de rodillas, le extendí el dinero y me lo arrebató para contarlo, fue entonces que empezó a gritar e insultarme. Quería “la clave” ¡pero yo no tenía aire para contestarle! Empecé a llorar y eso tampoco ayudó, me pateó en las costillas y supe que eso no iba a acabar bien. Me pateó una vez tras otra, yo perdí la cuenta, lloraba y le pedía a Dios que no me dejara morirme ahí, que me lo quitara de encima. Cuando se agachó y me dio cachetadas gritando que me callara creo que lo vi bien por primera vez: tendría a lo más 17 años, era moreno claro, con un arete de brillante y creo que también lloraba. Me azotó la cabeza contra el suelo y se paró a patearme una vez más mientras sacaba una navaja de la bolsa del pantalón, la bolsa derecha, de atrás, sí. ¿Es importante eso?

“Ya te llevó la chingada, gordita” fue lo que dijo, “¡gordita!”, ¡pinche naco!. Ahí abrió la puerta el otro señor, sí, el que está allá afuera, y ese imbécil salió corriendo.

Yo no sabía lo que hacía, tenía la boca rota, estaba despeinada, me dolían muchísimo las costillas, pero me paré como pude. Creo que el señor que entraba me dijo algo e intentó abrazarme pero yo salí corriendo a mi coche, las llaves las traía en la bolsa de la chamarra así que arranqué y lo alcancé aún dentro del estacionamiento, bajé la ventana y lo agarré por los pelos, no se lo esperaba y soltó la bolsa. Aceleré y sentí cómo se caía hacia delante y me agarraba la muñeca, sentí que me pesaba el brazo, pensé que se me iba a zafar pero faltaba poco para la caseta y ahí siempre hay policía, aunque sea de esos de estacionamiento, así que aceleré más; yo no lo iba a soltar, el coche dio un brinquito cuando le pasó la llanta por los pies, casi no se sintió nada pero él gritaba mucho; claro que ahora no era a mí a quien se la iba a llevar la chingada, ¿verdad? Por el espejo retrovisor pude comprobar que ahora sí lloraba, colgaba al final de mi brazo y las piernas le arrastraban como Fido Dido, ¿lo conoce? ¿No? Bueno, como de trapo… con sangre desde abajito de las rodillas. pero a mí también me sangraban la nariz y la boca, así que no lo solté y llegamos a la caseta.

Los policías de ahí le hablaron a la ambulancia pero la primera que llegó lo atendió a él, yo era la víctima y lo atendieron a él primero, así pasa en este país, los buenos acabamos siempre al último. Por ejemplo: ¿qué fue eso de traerme en la patrulla? ¿Y mi carro? ¡Mamá me espera aún para la cena! ¿Yo? ¡Yo, claro que soy buena! ¡Él me asaltó! ¡Él me pateó! ¡Él se robó mi bolsa!… No, discúlpeme oficial, pero yo no soy una mujer violenta.

9 de enero de 2010

tendrías que aprender morse...

tendrías que aprender morse,
poner atención a las teclas,
aprender -y creí que sabías-
a leerme en lo que escucho;
tendrías que intuir lo que no dije,
lo que me tiene enfermo de la garganta.

la respuesta no llegará a tu correo,
este mensaje no estará en tu puerta
ni en tu móvil,
esa señal que pides la tienes:
abre la boca, dame una "A" grande,
mayúscula,
¿lo ves? ahí esta la señal,
en el fondo, en lo oscuro,
ahí palpita.
08/01/10

6 de enero de 2010

sólo han sido sus ojos los que callaron


sólo han sido sus ojos los que callaron,
sólo han sido sus ojos.
sus blancas manos, su pelo negro, trenzado;
la dramática vestimenta en desuso,
lo inútil de sus pies descalzos,
su cuerpo relleno, afelpado,
y todo su corazón de trapo no han podido callar el grito
al tiempo que pasan los niños con sus juguetes plásticos.